Mientras que centenares de armeritas conmemoraron más de tres décadas de aquella avalancha que borró la ‘Ciudad Blanca’ y buscan familiares desaparecidos, otros aprovecharon para hacer su ‘agosto’.
Recorrer las ruinas de Armero un 13 de noviembre es encontrarse con fragmentos de historias que narran lo próspero que era este municipio a comienzos de la década de los 80, recuerdos que terminan mezclándose con los de la tragedia. Con el paso de los años, esta fecha también se ha convertido en la peregrinación del ‘rebusque’.
Para cientos de armeritas y descendientes, este día se convirtió en una cita anual que los hace recorrer varios kilómetros con tal de visitar el lugar que siguen considerando su hogar, pues de no hacerlo, se corre el riesgo de que llegue el olvido y la vegetación termine ocultando las tumbas y estructuras que componen el camposanto.
“Todos los años nos reunimos acá, este es nuestro punto de encuentro”, comentó un miembro de la familia Tovar Cala, mientras limpiaba la tumba donde reposan varias de sus seres queridos.
También señaló que en esta ocasión su espacio fue ‘invadido’ por el comercio, hecho que les ocasionó estar en medio del humo de asadores, al igual que de la venta de diferentes objetos religiosos y accesorios que no van con la jornada que tiene como propósito recordar la historia de la ‘Ciudad Blanca’.
Y es que con el paso del tiempo, cada 13 de noviembre se convirtió en un día de rebusque, puesto que, además de encontrar alimentos y líquidos necesarios para estar durante varias horas en un lugar desolado, también se hallan objetos innecesarios, pues por las antiguas calles de Armero se venden joyas, pasando por ropa, sombreros y licor.
Del mismo modo, hay espacio para los mototaxis que llevaban a los visitantes por dos mil pesos hasta la tumba de la niña Omaira.
Homenaje
A tempranas horas, centenares de sobrevivientes y visitantes llegaron a las ruinas de Armero con el fin de recordar un año más de aquella avalancha que dividió familias y dejó a miles de sobrevivientes a la deriva.
La mañana estuvo amenizada por ritmos folclóricos a cargo de la sinfónica Casa de Arte; luego, el obispo de Honda – Líbano, José Luis Henao, ofició la eucaristía en que recordó que 32 años después Armero es un lugar que vive, razón por la que se debe conservar la esperanza.
A la par, un grupo de estudiantes del colegio Jiménez de Quesada, de Armero – Guayabal, recorrió varios sectores con la imagen de los niños perdidos como forma de recordarlos.
Hacia el mediodía, la Fuerza Aérea Colombiana arrojó pétalos de rosas sobre el camposanto.
Rastros de esperanza
Para José Cliomer Hernández y Beatriz Carvajal, este día es una posibilidad de reencuentro, pues desde hace 32 años buscan a sus hijos Óscar Alejandro, que tenía nueve años; Beatriz Angélica, de siete, y Jorge Enrique, de cinco. Con gran tristeza recuerdan que la última noticia que tuvieron de ellos fue el 14 de noviembre, cuando algunos aseguraron ver en televisión a Beatriz Angélica.
Hernández resultó con varias costillas y la pelvis fracturada, pero lo que más le dolía era su alma, porque a pesar de que sus tres pequeños aparecieron en el listado de sobrevivientes establecido por la Cruz Roja, nunca volvieron a verlos.
Durante estos 32 años la pareja ha seguido cada pista recibida, las cuales los llevaron a Bogotá, Cúcuta, Bucaramanga, Santa Marta, Barranquilla, Cartagena y San Cristóbal (Venezuela).
La historia de los Hernández Carvajal es una entre los cientos de padres que hoy siguen buscando a sus hijos a través de la fundación Armando Armero, que cuenta con la colaboración de los genetistas Emilio y Juan Yunis.
“Los padres siguen teniendo esa esperanza, porque tenemos casos emblemáticos, donde hemos visto salir vivos durante la tragedia y han sido identificados”, contó Francisco González, sobreviviente y líder de la fundación.
Devoción por Omaira
A las 5:45 de la mañana salió, desde Lérida, Sandra Patricia Carvajal a cumplir una promesa al camposanto: la penitencia fue caminar descalza por la vía principal hasta llegar a la tumba de la niña Omaira, sacrificio que hace como forma de agradecer que sus hijos Luis Alberto y Juan Mario sobrevivieron a un accidente de tránsito y, a la vez, pedir intermediación divina por la salud de los jóvenes. “Nosotros entregamos la salud, primero que todo a Dios y a las almas, en especial a la niña Omaira”, comentó la mujer.
Allí también está Gustavo, un hombre que dice interceder por las necesidades de los creyentes; según una cartulina colgada cerca a la tumba de Omaira, por $5 mil se prende un velón por unos minutos y se reza. Según él, el dinero recogido es para ayudar familias desfavorecidas. Mientras, que algunos opinan que este tipo de situaciones no debería darse, otros más confiados terminan pagando la supuesta intermediación divina.
Las raíces no se olvidan
Tiberio Ramírez llegó desde el Espinal con su esposa, para dejar flores en el lote ubicado en la carrera 17 con calle 13 esquina, allí en medio de una espesa zona arbórea sigue visualizando la que fue su casa.
“Tenemos la imagen de nuestro pueblo, sus calles, la gente, la familia y los amigos. Se llena uno de nostalgia; nosotros quedamos sin patria chica”.
Contó que luego de la tragedia optó por buscar otro territorio y nuevos horizontes, pues si bien había una promesa de reconstruir la población y reubicar a los sobrevivientes, al final lo que se hizo fue crear ciudadelas en diferentes poblaciones, lo que generó segregación de la comunidad. En el caso de Espinal, en 1986 se entregaron 36 viviendas.
ELCOLOMBIANO