Machuca es un lugar de gente llena de fuerza y empuje, esa que no se rinde ante el dolor. En las calles de este pueblo se clama desde hace unos 19 años por justicia, tras la devastación que dejó consigo la guerra.
“Para haber sido golpeado por el conflicto armado es pujante, porque era para que estuviera asolado como una comunidad fantasma, pero ahí estamos de pie”, dice una mujer de la zona.
Las historias de los habitantes de este corregimiento ubicado en Segovia, Antioquia, comparten el sentimiento de pérdida, ese que se adueñó de sus vidas tras ver como el 18 de octubre de 1998 su pueblo era consumido por las llamas, que acabaron con las vidas de 84 personas (solo 30 sobrevivieron, muchos de ellos con secuelas).
Ese día el Eln dinamitó el Oleoducto Cusiana Coveñas, operado por la compañía Ocensa, en horas de la madrugada. El crudo se extendió al río “Pocuné”, que roza al pueblo, y la terrible conflagración empezó luego de que un puente fuera dinamitado por los guerrilleros.
“Sentí dolor, tristeza, rabia de ver tantos seres humanos, entre esos parte de mi familia, carbonizados, vueltos ceniza en una guerra donde ni ellos ni yo tenemos que ver”, cuenta Magdalena Rodríguez*.
Al pensar en ese día de terror declara que lo primero en lo que piensa es en esa bola de fuego, que subía como si envolviera al aire cubriendo las viviendas y a las personas, que en su mayoría estaban dormidas.
En el caso de Magdalena* fue diferente, pues estaba despierta esperando junto a varios de sus seres queridos el nacimiento de un nuevo miembro de la familia, tal cual lo dicta la tradición.
Sentí dolor, tristeza, rabia de ver tantos seres humanos, entre esos parte de mi familia
En plena labor de parto empezó el olor a gas que se adueñaba de Machuca luego de que la guerrilla rompia el oleoducto, no se alarmaron porque en contadas ocasiones el Eln ya había cometido la misma acción sin que se desatara un incendio.
Cuando se percataron de la conflagración Rodríguez* salió de su antigua vivienda por la quebrada La Batea hacia una montaña con la niña en brazos. Atrás de ella otros familiares cargaban a la mamá de la pequeña. Todo el mundo corría, se podía ver gente quemada tratando de salvarse y quienes se atrevían en medio de la tragedia a mirar hacia atrás solo podían ver al pueblo ardiendo en llamas.
Al regresar a lo que quedaba del corregimiento, las escenas eran desgarradoras, pues los restos de sus muertos solo podían ser recogidos con pala y bolsa. “Uno no sabía quién era ese, uno sabía que ese era alguien porque vivía en esa casa consumida y había un bulto de ceniza ahí calcinado”, afirma.
En medio de tanta tristeza, la pequeña niña que nació ese 18 de octubre es el símbolo de la esperanza de Machuca. Actualmente la joven tiene 19 años, sigue luchando con la idea de que en la misma fecha en que celebra un día más de vida su pueblo recuerda nuevamente esa madrugada en la que lo perdieron todo.
“Ella llora mucho, pide que la ayuden. Quiere estudiar, salir adelante con algo que le sirva para colaborarle a su papá. Mucha gente la ha entrevistado pero nada, se les olvida que ella nació ese día de la candela”, cuenta Magdalena*.
Alejandro Toro, miembro de la fundación Avanza Colombia, conoce a la niña desde que tenía 10 años y dice que, aunque desde esa institución han tratado de apoyarla, ahorita están juntando esfuerzos para que pueda empezar sus estudios universitarios o una carrera técnica.
Agrega que la joven se ha convertido en sinónimo del renacimiento de Machuca, al igual que el árbol de mango, junto al río ‘Pocuné’, que el día de La Quema destilaba fuego.
ELTIEMPO