Señora Claudia Nayibe: Para empezar, hago dos precisiones: 1. no voy a hablar en nombre de los ricos; no soy rico. 2. quiero puntualizarle que no todos los que viven en el Norte de Bogotá son “Ricos” En ese sector de la ciudad habitan cientos de miles de profesionales, empleados, periodistas, profesores, artistas, pequeños empresarios independientes, dueños de negocios caseros, comercios, industrias etcétera, quienes no clasifican en el “club” de los “Ricos”. Usted es nuestra empleada; de pobres y ricos. Todos pagamos su sueldo y sus demás prerrogativas. Y ahora, hasta los miles de millones que está gastando en su publicidad. Aparte de todo, nadie, por ser rico, se merece ese tono despectivo que usted y Petro escogieron como fastidiosa impronta personal.
Los gobiernos de todo el planeta se debaten vacilantes, indecisos, en la dicotomía que un virus repentino y mortal les planteó, y que tienen que resolver, y pronto. ¿Mantener el régimen de cuarentena sin saber hasta cuándo? ¿O tratar de reactivar la economía ya, porque se viene la hambruna, con su natural secuela de revueltas, saqueos, conmoción social, muertes? El mundo no estaba preparado para esto. Nadie sabe qué hacer; qué camino tomar. Nadie tiene la respuesta. Yo tampoco; por eso no voy a darme ínfulas de gurú sabelotodo, y pretender que tengo la fórmula, cuando los cerebros más brillantes del orbe, desconcertados, reconocen no encontrarla. Solo usted, la omnisciente, la omnipotente, ya tomó partido.
Usted proclamó ya su dictamen perentorio: este mundo se compone de ricos y pobres. Y yo, la ungida, la iluminada, ya escogí: los pobres son “mis pobres”; los ricos son “los ricos”; es decir, esos no son míos. Y yo, la que todo lo sabe y todo lo puede, voy a proteger a “mis pobres” de los ataques de “los ricos” ¿“Veis vosotros, los no iniciados, cómo era de fácil? Yo tenía la clave; ya lo solucioné todo”
Con usted, cada día se hace más claro para el ciudadano reflexivo que el gobernante tiene que ser, ante todo, un empresario. Un empresario ecuánime, sereno, equilibrado, cerebral, prudente; que nos equivocamos en materia grave al confiar la gerencia de la ciudad a un individuo analfabeta en materia de industria, comercio, finanzas, negocios, cifras; y sobre todo, huérfano de sentido común; por añadidura, con recurrentes arrebatos paroxísticos de vacaloca, y que no sabe medir las consecuencias para los ciudadanos en lo económico, lo político, lo sociológico, lo humano. El cargo le quedó grande. Muy tarde estamos viendo que pusimos a un carrito chocón a competir en la Fórmula-1 con los McLaren.
Sus frases, unas veces tóxicas y otras decididamente incendiarias, están haciendo mucho daño a Colombia. Pero eso a usted la tiene sin cuidado. Lo único que cuenta es su codicia obsesiva de poder. Sus recónditas y no disimuladas ambiciones personales.
Alcalde: hoy constatamos, perplejos, que su ignorancia le impide ver algo tan obvio: no es viable para un negocio, cualquiera que sea, seguir pagando salarios y sufragar otros muchos gastos, después de dos meses sin percibir un centavo de ingresos.
Ahora veo, estupefacto, que usted como presidente sería un desastre. Su profunda ignorancia de cómo funciona la economía de un país, ha obnubilado su mente al punto de hacerla incapaz de asimilar que los ingresos de “mis pobres” provienen de las empresas de “los ricos”. Con su actitud terca, obcecada, pero sobre todo irresponsable, y en el momento actual criminalmente inoportuna, está incubando una catástrofe inconmensurable, de una dimensión tal, que ni usted ni nadie podrá remediar, una vez ella explote.
En su discurso mesiánico y con tufillo a Maduro y a Petro, pregona usted que lo hace por defender a “mis pobres” de “los ricos”. Pues sepa que en unos días, muy pocos, va a tener qué ver cómo defiende de “mis pobres” a la ciudad, cuando ellos salgan a las calles a saquear, atracar y hasta matar, para tener comida qué llevar a la familia acosada por el hambre.
El sustento de la inmensa masa de colombianos, no solo de “los ricos” despreciados por usted, depende del hecho de que el aparato productivo, la economía real, esté abierta y en marcha. Esta realidad salta a la vista para cualquiera, menos para usted. Aunque se empecine en cerrar los ojos, la reactivación es asunto vital para todos: y principalmente, para “mis pobres”
Observo atónito cómo usted no entiende que los que van a ser despedidos, los que se van a quedar sin empleo y sin un centavo de ingresos, son “mis pobres”. Porque los otros, esos a quienes usted con su insolencia peyorativa llama “los ricos”, van a padecer, sin duda, unos meses de extrema dificultad; pero muchos de ellos, con base en la experiencia acumulada, el espíritu de lucha y la tenacidad inquebrantable, hallarán la manera de emerger de los escombros. Lo que usted no nos ha contado es qué va a hacer con “mis pobres” cuando llegue la crisis.
Cuando “los ricos” no puedan pagar ICA, ni Predial, ni Rodamiento, ni Valorización ¿ya tiene pensado usted cómo va a redimir las finanzas del Distrito? ¿Acaso será con decretos de “Exprópiese”, como ha hecho el sátrapa del país vecino, con quien usted y sus “compañeros de lucha” tienen ideales tan afines? (estoy hablando de Petro, Cepeda, Bolívar y, dentro de poco, Timochenko y Lozada) Cuando menciono a sus compañeros al tiempo que me refiero al talante suyo, se me viene una idea: ignoro si usted lee (uno diría que no); le recomiendo por si acaso, y perdone mi osadía, el libro “Archipiélago Gulag”, de Aleksandr Solzhenitsyn. Ahí podrá ver, con claridad diáfana, lo que se vivió en Rusia en los años estremecedores de la hambruna provocada. Provocada por Iósif Stalin, otro megalómano populista que se creía más inteligente que usted (si eso cabe dentro de lo posible).
Es conducta homicida seguir avivando -con arengas de insidioso sabor clasista- el fuego de ese peligroso caldo de cultivo, esa letal bomba de tiempo que inexorablemente ha de derivar en el hambre de las clases humildes, con los consecuentes desespero, angustia, revueltas callejeras, saqueos, destrucción, muerte, caos.
Ya circulan insistentes versiones en el sentido de que eso es precisamente lo que usted y sus congéneres de extrema izquierda están maquinando. Que usted y unos pocos de su calaña están aprovechándose de esta calamidad que nos azota para propiciar el caos, desprestigiar y socavar la autoridad del gobierno central, y obstruir su maniobrabilidad, para buscar tomarse el poder, ya sea en medio de una revuelta, o si no, en las próximas elecciones. Yo no afirmo lo anterior, porque no tengo pruebas; no obstante, dejo sí consignado que lo sospecho. En todo caso, por si le interesa, igualmente dejo constancia de que un amplio sector de la sociedad está creyendo ese rumor.
Usted pareció iniciar bien su mandato. Incluso muchas personas que no le dieron su voto empezaron a vislumbrar con ilusión expectante una actitud constructiva. Pero no bien la pandemia nos envolvió en su implacable sombra devastadora, usted encontró el pretexto para volver a sus viejas andanzas: en vez de aplicar sus habilidades a honrar el compromiso esencial del gobernante -procurar el bien colectivo- se ha convertido en el palo en la rueda; en el político manipulador, populista, que echó mano, como oportunidad personal, de la catástrofe que nos aflige y afecta a todos; está usufructuándola para tratar de acrecentar sus dividendos políticos, pasando oronda por encima del bien común.
En castellano, eso se llama mezquindad. Mezquindad oportunista. Mírese en el espejo de Petro. Él, con esa ciega y ladina forma de engañar a la masa ignorante, lo único que logró fue que los colombianos que disciernen terminaran por rechazarlo no solo con temor, sino con repugnancia.
Su plan de acción inmediato, alcalde, debería estar puntualmente centrado en cuatro frentes, a saber: adecuar de la mejor forma posible los hospitales y demás recursos en materia de salubridad, para prevenir y combatir la pandemia; controlar la distribución de las ayudas disponibles para la población más vulnerable (por ahora, usted está rajada en esta asignatura: ciudades con mucho menos recursos lo están haciendo mejor que Bogotá, a pesar de que también en ellas hace estragos la corrupción); promulgar y acatar medidas racionales de disciplina y cultura ciudadana encaminadas a reducir, hasta donde sea posible, el riesgo de contagio (en esta materia, su conducta personal y la de su pareja sentimental tampoco son el ejemplo a seguir: a todos nos produce repulsión que usted y su esposa burlen olímpicamente las medidas de protección recíproca que usted misma exige que los demás acatemos); por último, propulsar con todo empeño la reactivación del engranaje productivo. Como esto comporta riesgos innegables, lo que se espera de usted en este aspecto, es que gobierne; que trabaje; que se aplique sin más cantinfladas distractoras, a la tarea de diseñar y poner en ejecución los mecanismos que garanticen que en tal cometido se avance aplicando la máxima precaución, para que se protejan con prioridad la salud y la vida.
Pero creer que su labor es gritar arengas y no actuar, dejar a la ciudad sumida en el marasmo que la tiene estrangulada, sin proponer nada distinto, pone en evidencia su desfachatez; y también, que su jactancia la tiene desconectada de la realidad.
A propósito de los cuatro objetivos que acabo de mencionar: si me permite, pienso yo, no estaría por demás que se echara una miradita de soslayo a lo que están haciendo mejor que usted los colegas de otras ciudades. Ninguno dispone ni de la mitad de los recursos que usted tiene a mano: monetarios, médicos, logísticos, propagandísticos, aparato burocrático. Tal vez serviría de algo ver, por ejemplo, qué hizo el de Medellín para asociarse con “los ricos” con el fin de ayudar a “mis pobres”, y a la vez combatir la pandemia, y al mismo tiempo empezar a facilitar la dinámica económica, con prudencia pero con trabajo, con orden y sin discursos. Porque al que sí trabaja no le queda tiempo para palabrería. Y además no la necesita.
Termino con una reflexión a usted. Al político populista. Es posible que su condición ególatra y megalómana la tenga cegada; que sus ambiciones personales la impelan, igual que a Maduro, a resistirse a enmendar su rumbo. Empero, si no lo hace por los demás, entonces hágalo por negocio, por su personal interés. Mire que si no empieza cuanto antes a gobernar, a actuar; si no educa su oratoria populista, resentida, incendiaria; si opta por creer que el pueblo, “mis pobres”, durante cuatro largos años de su gobierno van a comer carreta de culebrero en vez de sopa, arroz y papa, ha de ser la vida la que le enseñe que el mentiroso cae, tarde o temprano. Y cae de un totazo. La vida es buena cobradora. Mire a Petro.
Alfonso Zea, Mayo 3, 2020